Felino al 80%._

Las pocas veces que Dante, mi persa dorado, maúlla sin observar una lata de comida lo hace siempre con intensidad muy baja en tono acutísimo (cerca de los 2.000 hertzios, lo he medido, aunque internet me indique que los gatos se manejan en frecuencias menores). Siempre me ha sorprendido. 
Permanece primero inmóvil, después estira hacia adelante la cabeza y clava sus ojos en los míos antes de emitir el sonido. Se comunica conmigo para llamar mi atención durante un segundo una o dos veces muy flojito. Entonces yo me detengo, lo observo despacio y le pregunto cosas: “¡A ver, chiquitito!, ¿qué quieres?”. Y entonces ya no emite sonido alguno pero mueve la boca como si estuviera vocalizando algo y yo bromeo: “¡Estoy totalmente de acuerdo contigo!”. Él queda extrañado pero tranquilo. Probablemente se sorprende de mis cualidades gatunas, igual que yo me sorprendo de sus cualidades un tanto humanas. Es un felino, lo sé, pero tremendamente hermoso y significativamente inteligente. Normaliza mi entorno casero. Trastea y explora. Cuando encuentra una hormiga en la terraza nunca la mata, tan sólo la sujeta con una pata delantera y la suelta para observar sus movimientos, jugando con su espacio vital, a modo de maltrato, sintiéndose poderoso; lo repite unas cinco o seis veces. Después la deja marchar. A los individuos voladores, sin embargo, los persigue, los mata y se los come, presa de sus instintos más elementales. Si pían pájaros castañetea los dientes en idéntica frecuencia a sus picos, imitándolos, amenazándolos en su idioma. Pero lo que más le divierte es observar los rápidos saltitos de los roedores sincronizándolos con su cuello y tirar al suelo el cierre de alambre de las bolsas de pan de molde para jugar con él. Me recuerda a los bebés cuando aprenden a lanzar el chupete hacia el suelo, escuchar el golpeteo del mismo contra el parquet y llorar con el fin de que sus padres se lo devuelvan una y otra vez.

El mundo de menudencias y pequeños sonidos es su reino. Las cortinas en vaivén, los papeles, los reflejos, las migas de pan, las ramas de las plantas, las arañas diminutas, los armarios, la ropa son su hogar. Por eso se enfada y corre con los martillazos, el aspirador, los gritos, los silbidos y los timbres.
Si arpegio mi guitarra allí se queda escuchando, si rasgueo se marcha fastidiado. 
Reivindica de este modo su silencio ruidoso igual que hacía mi padre para trabajar y concentrarse. Así es certero en movimientos, gestos y actitudes. Se burla claramente de la señora que viene a limpiar cuando ella se empeña en decirle cosas que no quiere escuchar porque no le gusta su tono ni su timbre de voz y la despide con la mirada aliviado reposando sobre el respaldo del sofá cuando ella se marcha. 
En una reunión social siempre se hace presente y se inmiscuye en las conversaciones porque su tierna infancia conviviente con mi hija y conmigo lo dotó de rasgos muy perrunos. Por eso, si le tiro una pelota va corriendo a por ella y me la trae para jugar.

Nota: Sin foto, para imaginar.

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