Cuando Dios cierra una puerta abre una ventana.-

Cuando llego a este comedoabovedado con aristas en blanco y repleto de arcos de medio punto y fajones de ladrillo visto apoyados sobre pilares de piedra sólo hay otras tres mesas ocupadas. Hoy se respira tranquilidad (milagrosamente). Pero el silencio vecino es violento, tenso, nada natural. De fondo música de cámara. 

Ahora en verano un setenta por ciento de los hombres se sientan a la mesa vestidos con bermudas, estilo Miami playero vulgarote. Me entristece. Tanta moda y tanto diseño para nada. Para colmo uno de ellos, avispado, percibe mi observación silenciosa y distante porque está pendiente de lo hago y sujeta el brazo de su pareja entre el índice y el pulgar para mostrarme su territorio (¡tranquilo, pollo, ni me gustas un pelo ni me interesas medio, no te equivoques!. El que tiene un problema eres tú). A continuación dos episodios puntuales de hipo me mosquean. Después dos camareros hablan de descuentos a volumen intermedio, uno con acento gallego. Se patentiza que pretenden ser escuchados. 

Mi Segovia es otra, más sobria, más elaborada, más contundente. Las piedras me sonríen burlonas… “No tienes idea de lo que escuchamos”. “Hemos cenado muy bien” masculla el piratillamuy contundente para que yo me entere. Mis tallarines fritos, sin embargo, vuelven a la cocina por tristes y regresan algo más tostaditos y alegres.

Las lámparas son modernas, verticales, de pantallas circulares y con escasa vida media, es evidente. Oigo al gallego decir un taco protestón y repetirlo. No siente reparo ninguno. No respondo nada, pero pienso y pienso y pienso, como la escultura de Rodin, que hace juego con las múltiples de decoración en altura. Al menos estas sillas - sillones son confortables, porque con las del desayuno me peleo cojín arriba, cojín abajo, cojín a la derecha, cojín a la izquierda.

La botella de agua (elegante cristal) me decepciona, escasa de electrólitos y con marcas inadecuadas. En Solares los pondrían muy muy firmes. De postre encargo un poleo menta (hace unos diez años que no lo pruebo). Sin misterios. Todo en orden.
Sinceramente, echo de menos a mi gato, a mi chinchilla y a mis plantas haciéndome los coros. Lo único perfecto… La jovencísima camarera de larga trenza, dinámica, activa y sonriente, de mirada impoluta. ¡No todo está perdido en este universo!.

La noche siguiente mejora, tanto en compañía como en calidad, y desaparece el regusto amargo de la decepción reincidente que me mantenía con el morro torcido. 




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