Doce Tablas.-
Amaneció en mi noche cerrada y el campanero me atronó al tocar (tañer) su famosa especialidad de ángelus con volteo sin misa.
- “¡Qué estilazo!”, pensé, “¡resulta insuperable!, ¡zambullirse en mi noche placentera de escaramuzas y fandanguillos sin mediar palabra!”.
No era necesario, digo, hacer sonar el timbre de mi teléfono de la guardia con los gallos para callar afónico después, y dejarme así sin “SOLeá” (Sueño de Ondas Lentas), sin baile, sin cantata y sin jota. Y me fastidia, porque Freud habría disfrutado interpretándome y acallando fantasmas para despertar corujas después.
Una vez alerta anduve descalza hasta mi cocina y allí me preparé un minisandwich de pavo y queso semicurado, porque yo soy así: Me despierto y mi cerebro razona sólo si se alimenta, retro o no, y como mi botón de encendido y apagado es instantáneo, ya se encontraba funcionando a la velocidad de la luz, esto es, como el Correcaminos, no como el Coyote, sin marcas Acme ni explosivos gigantes.
Que yo recuerde no soy una heredera ab intestato, ni de hecho ni de derecho, y tampoco suyo (o suya), ni agnado (o agnada) ni gentil. Lo cierto es que mi excursión mental noctívaga versaba sobre reuniones multitudinarias familiares de ambas partes a base de abuelos, bisabuelos, tíos abuelos, primos y tíos carnales y segundos múltiples y yo cantando el “¡mocita, dame un clavel!”, nada de James Taylor o Taylor Swift, y los demás desafinando a coro y a gritos.
El puente de la Constitución, de la Inmaculada o de la Purísima, es lo mismo, parece haber transformado mi famoso pecado original en una charlotada de payasetes y caballitos trotones. La bula papal ha piado en mi cabeza con estruendo mientras unos lindos pajaritos han intentado fabricar su nido con cientos de ramitas de olivo.
Y entonces ha aparecido Justiniano en boca de mi padre, se ha pasado por el forro de la camisa al pobre Ulpiano, y ha concedido toda la herencia por agnada, esto es, porque lo digo yo. Y sí, la época justinianea enamoró con sus formas impecables a muchos muchachos y muchas muchachas, entre ellas mi madre, que se quedó pensando en clase “¡cuán locos están estos romanos y qué raritos son!”. Y con esto y un bizcocho (de chocolate), hasta mañana a las ocho.
Así lloramos los Martín, en plan románico, con su arco de medio punto y su punto de medio arco y flechas. Por eso sólo nos quiere el que nos conoce de verdad, lo cual resulta casi siempre bastante complicado.
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