La Higiene Mental
El siglo XXI pretende dar un vuelco completo al concepto energético como fórmula de curación planetaria y me inspira… Me inspira y me hace espirar para luego regresar al punto inicial, como cadencia sonora estilo Buzz Lightyear, hasta el infinito y más allá. Y ¡claro!, mis pobrecitas sinapsis y todos sus neurotransmisores se resienten porque no son capaces de entender cómo se puede truncar el futuro al intentar construir un infinito sin pasado y sin presente.
- “¡A ver!, ¡Heredia, quite esa risita estúpida de su boquita de pitiminí y dígame el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo del verbo estudiar!”.
- “Ay paya, que es mu difícil. Me tiene manía”.
- “¡No diga estupideces y responda a mi pregunta!”.
- “Esto… Yo hubiera o hubiese estudiado!”.
- “¡Heredia!, ¡ha acertado!. Tengo ganas de llorar. Es un momento histórico”.
- “No llore, profe, que tengo el pinganillo en la oreja y mi primo el Pacorrón me lo sopla todo desde casa buscando en el twitter de la R.A.E.!”.
- “¿Pero ustedes saben lo que es la R.A.E.?”.
- “¡Claro!, significa Ramona Aquí Estamos!”.
Si es que ya lo conté hace años, “el bipedismo constituye un hito en la evolución del homínido primitivo.” Probablemente los maravillosos pensadores y comunicadores intra y extrapeninsulares de estos tiempos (que no son míos porque ya viajé largo y tendido por el probable ecuador de mi existencia, salvo que sobrepase con creces, contra todo pronóstico, mis expectativas estadísticas vitales) afinan mal y no comprenden que los niveles de exigencia en cuanto a hábitos saludables no son iguales para todos. A diario se espera que me despierte, realice un “basic fit” repetitivo de mancuernas de tres kilogramos para adquirir tono muscular sin timbre, después me duche a temperatura ambiente en un minuto para ahorrar agua y gas, desayune una infusión desestresante de poleo menta atormentada ligeramente a base de leche sin Lactosa y edulcorante artificial, así como tortitas exentas de gluten preparadas amorosa y delicadamente con aceite de soja en sartén de alto rendimiento para cocinas de inducción, estéticamente monillas después de añadir unas gotinas de sirope de anacardo importado desde Vietnam. Y bla, bla, bla,…
Mi tiempo de oro ya se ha hecho de plata y llego tarde al trabajo, así que ni periódico, ni actualidad económica, ni tan siquiera cotilleo.
Y al rato de fichar (porque a estas alturas de mi existencia ficho como novedad, oigan; eso sí, digitalmente) cuando mis compañeros bromean con el escrotillo, las manitas y la boquita del conocido e innombrable seleccionador nacional, asiento en silencio porque no he visto las imágenes todavía. Y no digo nada, pero pienso cosas, muchísimas cosas. Pienso que confundir deporte con educación no es de recibo. Pienso que el manoseo perineal exultante como expresión no verbal se me antoja soez, con toda probabilidad porque nunca asistí a semejante actuación representada por ninguno de los hombres de mi entorno familiar (y ojalá que continúe de idéntica manera). Pienso que tampoco recuerdo que mi madre descubriera con orgullo sus glándulas mamarias al concluir una conferencia o acto social para mostrar a los cuatro vientos su femineidad reivindicativa. Pienso que los elementos de aquella Educación General Básica ya no existen y se han sustituido por “boxing”, “rolling”, “cycling”, … en un esfuerzo estéril por preservar la integridad de un ser humano asexuado y amargado por haberse sometido a una orquiectomía y ooforectomía social bilateral en contra de su voluntad. Y pienso que me recuerda todo a los puestos de periódicos del inicio de la democracia española, repletos de portadas de revistas con desnudos integrales muy “provo” de señoras estupendorras y a continuación las madres a la puerta de los coles comentando con desaprobación global la jugada.
¡¡¡GOOOOOL!!!. Un balón dentro de una portería, nada más.
En resumen, que los aldeanos madrileños seguimos practicando una costumbre muy nuestra, la del marujeo estruendoso, porque nadie nos ha enseñado que no se publicita, ni tan siquiera negativamente, aquello que nos parece éticamente inadecuado.
Después he encontrado en una caja algo en lo que empeñé mi palabra y lo he fotografiado.
El caso es que a continuación he pensado que una letra vale más que mil imágenes.
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