Enero es Enero

Sus majestades los Reyes Magos me trajeron la noche del cinco al seis de Enero lo que había pedido, habiendo indicado yo previamente que me había portado lo suficientemente bien a lo largo del año: “Como he intentado respetar a todos y tan sólo he faltado alguna vez a mi señora madre un poco y a varios políticos en soledad un mucho, les ruego que no me lo tengan en cuenta y dejen en mis zapatos (en realidad unos botines muy monos) una pantalla accesoria de quince pulgadas, ni una más ni una menos, para mi portátil nuevo, y así poder dedicarme al tajo (o al Duero, o quizás al Guadiana) desde casa sin ir y venir ochenta veces del texto a las imágenes y de éstas al texto de nuevo”. Y allí estaba, en su caja perfecta de Amazon a la hora y el minuto adecuado. También encontré un espejito de maderas chiquitujas dibujando un gorrioncillo muy lindo y un jabón en forma de rosa. Y ya está. Terminaron las Navidades. Y regresé a mi hogar más feliz que Gilda, mi perdiz de antaño, aguileando desde su jaula del Cuarto de las Cebollas (que no huele a cebolla, pero así lo llamaba mi progenitora femenina porque allí dejaba los kilos de cebollas, o de alcachofas, o de membrillos, o de patatas o de lo que fuera, que le regalaba mi tía de su huerta) con mis regalos bajo el brazo y la ilusión (imbécil de mí) de poder informar con mayor comodidad los tropecientos estudios con que me enfrento a diario.

Una vez instalada y requeteprobada, muy orgullosa por el acierto, me apoltroné en mi “chaise longe” (porque los sofás que hacen las veces de tumbona ahora tienen que llamarse así) para continuar disfrutando de la penúltima serie a la que me he enganchado, una de reyes, reinas y príncipes coreanos, con ropa muy llamativa y elaborada y guión muy en la onda de los culebrones elegantes, que te obligan a no pensar casi nada y observar en silencio. ¡Dios!, ¡cómo disfruté frívolamente escuchando la versión original con los subtítulos en inglés para así creerme algo más culta!.

El gato se sentó en uno de los brazos del mueble mirando de refilón la televisión enorme, ronroneando y dormitando a ratos. En un momento de déjà vu me observé en los Renoir de Plaza de España asistiendo algo chistosa a la proyección de “Adiós a mi Concubina” en versión original y añoré la toschka del Ebla para picotear antes y la caipirinha para alegrarme después. No sé, a veces tengo la sensación de viajar en el tiempo con Michael J. Fox, aunque lo hago desde mi salón, incluso en pijama. Después volví a ser Melchor (no Melchora ni Melchore), como siempre, con mi capa verde de armiño, mi barba y mi peluca blanca. Y me dormí plácidamente para despertarme a eso de las tres de la madrugada con algunas legañas y dolor cervical, pensando en Khala, ahora allende los mares, y en Rin Tin Tin, aún no reciclado en ninguna de las pelis actuales. El caso es que soy mayor, no me lo quiero creer, pero lo soy.





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