Otra de Política de la Huerta.-

Supongo que merece la pena escribir sobre algo para organizar las áreas cerebrales en equilibrio. 
Está de moda la llamada “ciencia abierta”, aglutinando filosofía, política y práctica, con acceso libre en línea a publicaciones, datos y herramientas sin necesidad de inscribirse en plataformas específicas, empleando estrategias institucionales con recursos financiados públicamente. Y yo, sinceramente, no lo entiendo mucho. Tengo la sensación de que la gratuidad informativa, asistencial, lúdica, etc… disminuye la percepción de calidad por parte del usuario. Esto es, aquello que normalmente no nos cuesta nada se suele considerar poco importante y con escaso impacto. Y sucede en cualquier ámbito, ya sea en el social o en el económico.
El ser humano desconfía de lo regalado y lo interpreta como falso o pobretón. Esta especie de socialización de la información tiene además algunos riesgos objetivos:
  - En primer lugar las fórmulas de validación científica. ¿Quién se va a dedicar a comprobar la fiabilidad de las publicaciones si no es remunerado por ello?.
  - Además las herramientas de búsqueda de información corren el peligro de verse influidas por las decisiones e ideas políticas reinantes en un momento histórico concreto.
  - En tercer lugar el volumen descomunal de datos accesibles a un análisis científico “x” puede marear a cualquier mente privilegiada de nuestro tiempo y perderse en la inmensidad del océano.
Cada vez que hago una búsqueda radiológica tengo la sensación de entrar en un supermercado mastodóntico donde las latas se encuentran entremezcladas con las verduras, la carne con las bombillas y los cubiertos y los útiles de limpieza con ropa interior del Todo a Cien. De esta guisa, con mi dinero como contribuyente, se pueden poner a disposición de todo individuo (e individua, claro) conocimientos exhaustivos sobre la vida íntima del caracol de Pensilvania, el ADN de la ñora de Villabotijos de Arriba o el análisis semántico de la obra de Péter Nádas y su influencia berlinesa. 
Y yo pregunto, ¿no deberíamos ser algo más pragmáticos e invertir en recursos que nos permitan mejorar el transporte por la ciudad, la contaminación acústica, y la asistencia médica global?. ¿Voy a enseñar a mi sobrino hebreo antiguo cuando aún no sabe siquiera leer su nombre en voz alta con entonación adecuada?.
Recuerdo la carta del menú que escribió mi hija tras convencer a sus primos de jugar a las cocinitas y los restaurantes, y el entrante era una especie de sorbete de mango al aceite jienense. Y yo me quedé pensando “tenemos que hacernos más habituales de las hamburguesas y los perritos calientes para no enrarecernos”, aunque tampoco lo tuve muy claro.







Comentarios

Entradas populares