Sobre la guerra y otros estados.-
Entorno los ojos para otear el horizonte crepuscular y localizo un único punto negro en movimiento. Se me antoja una cucaracha en el paraíso, aunque podría tratarse de un animal grande y hermoso, un corzo quizás, realizando en solitario su marcaje territorial del solsticio de Marzo. Y me detengo a estudiarlo en la distancia imaginando sus formas y sus reacciones. Es curioso, se agita cuando lo espío y ni se inmuta cuando dirijo mi mirada a otra pequeña línea alargada que también se desplaza dirigiéndose hacia mi derecha, eso sí, con mayor rapidez y en zig-zags. No logro identificarla con claridad.
Percibo un desequilibrio en el paisaje, como una amenaza estética instantánea y me centro de nuevo en el supuesto cérvido que se esconde en el espino, muy desarrollado para la época del año por las lluvias abundantes. Un hilito de humo blanco juguetea y baila a compás del ligero céfiro que suaviza y refresca éste, mi instante observacional. Podría permanecer horas en idéntica postura sin mediar palabra y sin mover ningún músculo del tronco o las extremidades. Es hermoso. La mezcla de naturaleza y artificio, silencio y sonido, paz y guerra, realidad y ficción. Muy hermoso.
Dos minutos después el corzo ha desaparecido y la hebrita albina se ha transformado en un gigante de dos cabezas, una con gafas y otra nariguda que se gritan gesticulando. Y a su lado un arco de medio punto se voltea progresivamente para convertirse en un cucharón gigante, el de la sopa del coloso.
En ese instante todo se vuelve rojizo y entiendo que mi juego con las nubes va tocando a su fin con el ocaso, pero no es cierto. Empiezan a rodearme pavesas que se aproximan volando hacia mi cabeza y cambio mi interpretación del ambiente. El fuego se va comiendo con rapidez pequeñas parcelas de terreno y me asusta su proximidad y su violencia. Detengo el pizzicato de mi guitarra y el gigante se ha esfumado, aunque el incendio es real. Un helicóptero de los bomberos carga agua en la piscina de una finca cercana rompiendo mi armonía esporádica en mil pedazos una vez más. Sujeto el mástil en silencio apretando las cuerdas, y echo de menos a los caracoles y a las babosas, a los milanos y a las llamas, a los trotones y a la nutria. Y me entristece porque tengo la sensación de que los he perdido para siempre, igual que al corzo.
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