La Redecilla y ELISA.-

Hay cosas mágicas en el siglo XXI. 
Es un gorrito sencillo de una especie de papel-tela que ni pesa ni abulta. Aparenta un trozo de serpentina azul multidoblado de un palmo y pico y, como todos los últimos días de trabajo, hoy, que estoy de guardia, les pido uno a los TSID de nuestra urgencia. También una mascarilla de quirófano. Los guantes de nitrilo los cojo de alguna de las cajas que están dispersas por múltiples mesas e incluso ventanas.

El caso es que la redecilla me encanta. Con los elásticos para las orejas de las mascarillas que voy desechando he ido fabricando gomas para el pelo y juego a las muñecas haciéndome coletas y revoltijos y luego los cubro con el cachivache, y queda chulo porque se puede colocar en sentido ánteroposterior, cual gorra militar, o láteromedial, como un bicornio. Y yo, que me he disfrazado multitropecientas treinta y trun veces, pienso “pues estilo Marley o balmoral”. El caso es que al final simula una bandana o quizás una gorra de Julieta, porque la melenita organizada en apartijos se insinúa protruyendo ligeramente hacia fuera y resulta estéticamente bonito. 

Y así, mediante este rito, tras colocarme la mascarilla y los guantes y vestirme con un top de deporte, el pijama verde del hospital, que hoy no raspa porque está gastado, la bata blanca, unos calcetines de ositos, calzas de quirófano anudadas para que no se enguarrinen y mis zuecos verdes de siempre, me he uniformado de guerra, y aunque no me protege nada de nada me divierte ligeramente y, dadas las circunstancias, como lo alegre es oro blanco, me siento la persona más afortunada del mundo, más aún después de haberme analizado la inmunología contra el capullo del SARS-CoV-2 y descubrir que he pasado la enfermedad, o eso dice una tal ELISA, que no es la música de Beethoven, sino una técnica de laboratorio (Enzyme-Linked ImmunoSorbent Assay); Ig-M positivas bajas e Ig-G altas, y nadie se ha enterado. Y me pregunto en silencio cuándo y cómo, y viene a mi circuito límbico aquel día en que al subir dos pisos del hospital por las escaleras me aceleré y no podía respirar, y eso fué todo, quizás sueño, cansancio y algo de mareo, achacado al ambiente enrarecido y descomunalmente estresante. Y no es de extrañar, porque al principio de la dichosa pandemia pasaba por estos pasillos medio hospital (entre médicos y pacientes) para consultar o hacerse pruebas. 
Y ya está. Fin de mi historia viral por ahora. Ni protagonismo, ni drama, ni miedo, ni casi síntomas. 
Y prefiero no pensarlo demasiado, porque todo lo que he visto (y continúo observando) con mis ojitos durante estas semanas parece tan sumamente agresivo que asusta mucho. 

En resumen, frivolizar ligeramente para que las neuronas respiren con cierta normalidad es justo y necesario en aquellos grupos humanos que se dedican a brear con la vida y la muerte de toda índole. Lo cierto es que últimamente no apetece demasiado, hacer el payaso digo, pero se intentará.




Comentarios

Entradas populares