El bipedismo.-





En un librito recopilatorio sobre Selecciones del Scientific American dedicado a los “Vertebrados. Estructura y función” (páginas 52 a 62) un tal John Napier describe en 1967 la historia del caminar humano, y lo hace explicando que el balanceo en el paso a paso siempre se encuentra al borde de la catástrofe. Por esta razón el bipedismo constituye un hito en la evolución del homínido primitivo. Un grupo de trabajo de Eberhart estudió exhaustivamente (y también describió) la forma de caminar típica del hombre, apoyando el talón al inicio de la fase de posición y elevándolo al final de la misma, aunque esto no se cumple cuando camina por terrenos resbaladizos, levantándolo y apoyándolo globalmente en pasos cortos. 

Resulta interesante el relato de la postura y salto vertical del lemur, pero más aún la explicación de la posición cuadrúpeda del gorila, con un isquion largo y una pelvis orientada horizontalmente. El hombre, sin embargo, en teoría, presenta un isquion corto y una pelvis vertical, y así llegó a conquistar la mayor parte de los ambientes terrestres (montaña, llanura, desierto y tundra), suerte para él.



¡Pero seamos realistas!, los seres humanos tan sólo se definen como una especie animal evolucionada (unos más, otros menos) con sus ritmos circadianos y su hipófisis, funcionante o no, colocada en su silla turca (por cierto H. T. Martin clasifica en varios tipos la morfología de dicha silla, ya sea masculina o femenina, desde la A hasta la O). Al final, pobres de nosotros, esencialmente somos una única hormona (o dos como mucho) andante, con su eje hipotálamo-hipofisario equilibrado o desestructurado.

Y siempre recuerdo a aquella auxiliar de Urología del Marañón que amenazaba con el cubo repleto de hielo a los pacientes a los que se les iba a realizar una cistoscopia (por aquel entonces sin anestesia, por supuesto, lidiando agresivamente con la uretra masculina finita, alargada y curvada): “¡Perenganito!, ¿qué?, ¿vamos a portarnos bien?”, y los zutanitos asentían sin mediar palabra con los ojos como platos esperando con animosidad la dosis pertinente de vaselina.
Y para rematar la faena unas descripciones curiosonas de una compañera uróloga durante una comida de guardia hospitalaria escenificadas mediante movimientos de las muñecas oportunamente: “Sí, Ruth, las vasectomías no son todas iguales. Aquellas partes nobles con morfología ’mandriloide bailona’ son más sencillas de intervenir, pero las que resultan mucho más complicadas para el cirujano y dolorosas para el paciente son las ‘leoninas prietas’, ya te imaginas”. Y se oían risas estruendosas y algún residente extranjero se horrorizaba al escuchar los comentarios subiditos de tono de las mujeres del Servicio.

Pero algo me inquieta, ¿por qué esta costumbre tan enraizada en nuestro país de dar semejante importancia a la región perineal, ya sea masculina o femenina, si en realidad sus funciones son básicas y muy elementales?. Probablemente se trata nada más de la versión leve del llamado Síndrome de Regresión Caudal, ¡qué le vamos a hacer!, la fase fálica freudiana, donde el individuo percibe por primera vez en su existencia las diferencias entre los hombres y las mujeres, que las hay, y muchas, sobre todo anatómicas, pero también hormonales. Por eso la endocrinología masculina se estudia en una tarde y la femenina en diez. ¡Ah!, en el viaje intrauterino desde el abdomen hasta el escroto los testes recorren una distancia que deja secuelas, a veces importantes, por eso las hernias inguinales son más frecuentes en los varones, ¡no todo iba a ser bueno!. 



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