Cosas de Médicos.-



La gran paradoja de la era de la información es que ha concedido nueva respetabilidad a la opinión desinformada. Michael Crichton.

Leí “La Amenaza de Andrómeda” de Crichton con unos diez u once años, dos veces. He estado haciéndolo de nuevo durante veintinueve horas seguidas entre ayer y hoy. Me ha parecido una lectura interesante, moderna, plagada de realidad virtual y de virtualidad real. La ambientación se me antojó artificial con sillas de ruedas vacías y camas con dueño o abandonadas en fila india por los pasillos entremezcladas con personal sanitario vestido de diferentes colores según su labor asistencial disfrazado para una hecatombe insinuada a ratos, y he rememorado por enésima vez una escena de Allien que me encanta (no recuerdo el número de la saga) en la que Sigourney Weaver se encamina corriendo, armada hasta los dientes, hacia donde se encuentra el bicho, y el pasillo, inicialmente corto, va creciendo alargándose hasta límites insospechados con sus zancadas para hacerse acompañar del espectador en su esfuerzo físico.

¿Qué hace un médico en su horario asistencial durante una crisis sanitaria?... Clasificar, explorar, diagnosticar, consultar, decidir y tratar. Y con todo eso, sinceramente, tiene bastante. Si puede descansar diez minutos descansa, incluso se tumba en su cama (disponemos de camas limpias individuales para ser utilizadas durante las guardias) y si no dispone de tiempo y se desborda psicológicamente (que puede ocurrir) se mete en el cuarto de baño, llora en silencio y en soledad, se muerde un antebrazo hasta dejar los dientes marcados en la piel para volver al mundo de los vivos, se pone música de películas en los auriculares, ejercita la respiración abdominal cinco o seis veces seguidas, se lava las manos con el dosificador de jabón o con el de desinfectante más cercano (hay tropecientos por las paredes) según los carteles indicativos que llevan ya colocados tres o cuatro años (“palma contra palma, dorso contra palma dedos cerrados y dedos abiertos entrelazados, mano y pulgar, nudillos, dedos unidos contra dedos unidos, muñecas”), se lava la cara, se seca, llama a casa para preguntar si todo está en orden, vuelve a lavarse las manos y sale con una amplia sonrisa o media sonrisa o sin sonrisa, según el temperamento del profesional en cuestión, para volver a clasificar o lo que le toque. 

¿Qué hacen otras personas en sus puestos de trabajo?. Controlan, desalojan, silencian, dispensan medicación, empujan camas, preparan comida y carros para transportarla, llevan material de lencería por las plantas, etc... ¿Qué hacen habitualmente los voluntarios que trabajan en algunos hospitales?... Acompañar por el centro en cuestión, orientar, resolver dudas, ayudar a mover personas, etc... ¿Dónde están todas esas personas que trabajan gratis?... En sus casas, cumpliendo estrictamente lo que se les ha ordenado.

¿Qué ocurre los primeros días de dicha crisis sanitaria?.... Que los protocolos se van elaborando progresivamente porque no sirven los de otros países y las estadísticas son sólo estadísticas,  que todo se aprende por ósmosis, que se percibe la cruda realidad progresivamente porque dos más dos en este ámbito a veces suman tres, a veces cinco y casi nunca cuatro, y se pone uno nervioso con el paso de las horas. Por eso el apasionado debe estar resolviendo en la oscuridad y el flemático a pie de cañón con el supuesto paciente, que desconoce el sistema sanitario y los problemas derivados de su infraestructura, y además también está presionado y asustado. Y es correcto y normal que sea así.

Un hospital es una ciudad reducida, con personas adultas de generaciones, cultura y orígenes dispares. Los jóvenes aportan alegría y fuerza aunque a veces te entran ganas de tirarles un zueco a la cabeza por las tonterías que dicen o hacen en ocasiones (según el criterio de los mayores), pero son fáciles de ilusionar cuando se emplean fórmulas adaptadas a su entorno. Las personas meticulosas son lentas pero más cuidadosas que las rápidas, que son las que meten la pata equivocándose en estos protocolos por querer agilizar. 

En resumen, punto uno y principal: Clasificar pacientes. Esto es, ¡usted aquí, usted allá y tú a tu casa ya!. Voz en off: “Se ruega que aquellas personas con escasos síntomas permanezcan en sus domicilios porque en un hospital lo que hace uno es contagiarse de cosas diversas. Los teléfonos móviles quedan terminantemente prohibidos en Urgencias. Serán requisados por la autoridad competente”.

Los médicos necesitamos encendernos para trabajar y apagarnos para relajarnos, y al hacer esto último reírnos para encarar cada día.
Mi abuelo, una de las personas más tolerantes que he conocido jamás, nos leía la cartilla con frases escatológicas entonadas dulce y armoniosamente: “Si crees que eres más inteligente que ‘tal persona’ no puedes actuar de la misma manera”. Yo añado algo de mi cosecha: “Si siempre hago amarillo y no da resultado no me puedo empeñar en hacer amarillo, tendré que cambiar de color”. Pero me puedo estar equivocando, porque soy un ser humano como todos.
Por ejemplo, nunca hablo sobre Economía, sólo escucho, porque no he leído casi nada al respecto y haría el ridículo más espantoso. Por lo pronto hoy estoy procurando vivir una vida medianamente insulsa y poco peliculera, porque para convertirme en Sigourney tengo disponible todas mis jornadas laborales y mis guardias, que en total suman muchísimas horas. Voy a intentar leer algo sobre historia. Me encanta y nunca he tenido tiempo para ello. Como decía uno de mis compañeros de residencia de origen libanés cuando realizaba estudios baritados de esófago, estómago y duodeno desde el telemando: “RESPIRE, ARRESPIRE”. Y nadie lo corregía porque sonreíamos todos y nos gustaba escuchar su precioso y exclusivo acento contundente.

Mi perra y mi hija ayer, un instante indescriptible.



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