¡Algo de sánscrito, por favor!
Me encuentro en crisis observacional. Ando despistada con la hagiografía de conversión, esperando resucitar en cualquier momento, y el tiempo milagroso me falta casi a diario. Esmeré me resulta cansino y me parece que debo aprender algo de sánscrito, védico por supuesto, dado mi complejo trashumante florentino, aunque no lo tengo demasiado claro todavía porque mi formación académica (ya lo dije) es de ciencias puras y además elegí biología y matemáticas como asignaturas. Me inquieta que existan tres géneros, porque el neutro me suena a jabón de Marsella. No obstante, lo de un cuarto modo optativo está curioso, pero si ya comento que hablo en tiempo aoristo dejo epatado al ‘personal’ para los restos, aunque indefinido sería suficiente.
Todo esto me recuerda un poco al aparato de Golgi celular, al modo mixolidio de la escala mayor natural, o al núcleo de la habénula, que nunca se acuerda uno de dónde está. Y digo yo, al menos habré ascendido en la escala de castas de paria a sudra, porque de brahmán poco o nada.
Resumiendo, que, dado que una servidora está hasta los gineceos de responder siempre las mismas tonterías, creo que me voy a dedicar (únicamente con fines lúdicos) a cantar el “amarraditos” de María Dolores Pradera con “boquita de caramelo” y “cutis de seda” como buena “limeña”, después el “yo soy el rey del jazz a gogó, el más mono rey del swing” y luego a Alaska y Dinarama “¡cómo pudiste hacerme esto a mí!”, para concluir con un “Manuel Raquel” sufridora preciosa, pero no como los de Los Tacañones de Chicho, sino estilo Meryl en “Se acabó el pastel” o “Los Puentes de Madison”, dado que Redford “susurrando a los caballos” me parece muy muy muy... “Ay, ¡qué pesado, qué pesado!, siempre pensando en el pasado!”, porque Mecano es socorrido y tiene casi de todo.
En realidad lo único que me ocurre es que echo de menos la cabalgata en El Retiro y de fondo musical a Doraemon, el gato que vino del espacio, las escaleras, el frío, la lluvia y los golpes de los caramelos en las cabecitas (porque en casa nos enseñaron a taparnos los ojos 🙈 por si acaso), sólo eso.
Sí, la ecografía del traumatismo ocular directo es bastante interesante. El radiólogo aporta muchísima información al oftalmólogo, aunque ya muchos de ellos también saben utilizar los ultrasonidos como diagnóstico. Es una técnica maravillosa en la que se puede interactuar con el paciente, dejando de fotografiar interiores exclusivamente para convertirse de nuevo en médico al grito tunero: ¡Ovario, trompa, útero, vagina!, ¿quién domina!, ¡MEDICINA!.
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