Historia de Muñecas
Esta edad cambia la perspectiva de la realidad, hace valorar lo importante y lo que no lo es, convierte lo anecdótico en trascendente y lo que parecía inamovible en perecedero. Se hace uno fuerte, a veces incluso paciente (que en mi caso es mucho) en su psiquis a base de golpes, y se sigue siendo un niño para observar un mundo complejo que cambia alrededor a gran velocidad. Se vuelve uno cascarrabias pensando que todo evoluciona a peor, al menos desde un punto de vista estético, donde sólo se aprecia desorden o minimalismo con escasa exclusividad de las cosas y de las personas, y aún menor dedicación gratuita tan siquiera esporádica.
Pero también es cierto que una mujer de mis años puede permitirse el lujo de ir a trabajar con botines en verano y salir en las noches de invierno malvestida con micropantalones, tocar la guitarra eléctrica en público o en privado sin molestar a los vecinos llevando colocados sobre las orejas unos auriculares “Silence Invoice” marca “Nisu” de topitos verdes y azules, jugar al “Try Again” con el telefonito de más de mil euros en el metro y postprocesar “cocos” alegremente en la estación de trabajo o a distancia por las mañanas, cenar sola en restaurantes de uno o cien tenedores sin dar explicaciones a nadie que no se desee, chateando por iMensajeo con su prima Ernestina o con el novio de la adolescencia, cocinar o no con inducción, hacer ensaladas de foie de la Tienda del Asadero aderezadas con mostaza de Villafresnedillo de Toi Regio y laminitas de sal minera de a treinta al toque de orégano, así como dormir sola o uni o multiacompañada en saco de mezcla irrompible autolavable del Todo a Cien o en sábanas de seda compradas por Llorazone.
En resumen: Cultura, trabajo y libertad, de la mano, desde siempre. No creo que una mujer de recorrido histórico necesite reivindicar nada más, tan sólo un espacio donde poderse expresar y relajarse y, muy de vez en cuando, sonreir.
Mientras tanto recordar un concierto precioso al que me llevaron hace ya mucho, muchísimo tiempo.
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